¿PATO-LOGÍA?

La conocí una noche solitaria. Una de esas en las que ningún panorama aparece y, cansado de tanta fiesta, tus ímpetus juveniles desisten del intento de proseguir con la usual jarana. A cambio de eso, y fiel a tus principios adolescentes, ordenas a tus pies tomar rumbo boulevard hasta quién sabe qué pub. Lo único que sabía esa noche es que deseaba distraerme con mis pensamientos, lejos de lo común, con una buena bebida. La verdad, es que no reparé en el sitio que elegí para ello.

Se trataba de uno de esos locales que la globalización lleva a olvidar. Y es que, al mirar de soslayo por sobre mi hombro a los minutos de sentarme en una de sus mesas, pude perfectamente distinguir cómo imperfectamente lucía adherido a una de sus paredes un póster con la figura de Alfredo Fuentes sobre un escenario, y bajo él unas casi borrosas formas –que más me recordaron a una antigua cultura mesopotámica- de las cuales deduje lograban inscribir la palabra ‘Éxito’. El material de aquél –me parece a mí- venía de alguna de esas casas de imprenta acostumbradas al mayoreo. Y ¡qué mayoreo!... vaya, sin duda que era papel periódico. ¡¡¿Un periódico?!!... ¡qué risa!... lo que cuesta organizar uno y llevarlo al mercado. Recuerdo que una vez en mi curso se planteó como “actividad sugerida del semestre”… claro, en esos tiempos no estaba toda esta tecnología de hoy en día, y de hecho, ¿quién piensa en un proyecto así en este siglo?... con tanto blog, flog, reloj… ¡qué se yo!… eran otros tiempos, mis tiempos de la básica… y quién diría que se veían tan exhortados con ese muralito. Y había una barra en el sucucho.

Tras mi segundo vaso de licor, y varios clientes nuevos que ya me acompañaban, sólo desee ir al baño. Ipso facto me levanté de mi sitio y me abrí espacio en el reducido lugar. Increíblemente estaba lleno… y bueno… ¿qué me esperaba?, ¡¡¡si era tan pequeño el sitio!!!... no es que hubiésemos muchos en él… para nada. La visual me deparaba a cada paso una gama que contrastaba sin duda con mi cotidiano pasear: mesas de esas que antaño alguna compañía de refrescos facilitaba a sus comensales, pero de aquellas más robustas que las de hoy en día, claro… podría decir que su disposición en la taberna era una mala copia de un buen período americano, pero no me atrevería… era demasiado ecléctico; ambientando, no había un superlativo equipo reproductor de música, sino un vejete tan sólo acompañado de su guitarra, un vaso de buen vino –me imagino- y otro socio quien llevara las armonías con su también correspondiente instrumento, y yo… casi exigiéndole a la ‘bar tender’ un buen vaso de buen vodka… ¡pff!, claramente ahora entiendo su sabia sonrisa y su gorda mano alcanzándome uno pequeño con pisco y gaseosa. Un cartelito de hojalata pintada de rojo desteñido con blanco y una ‘free’ tímida inscrita en él que se dejaba entrever sólo con vista aguda, de esa propia de los analistas fotográficos de empresas outsourcing anti-estafas y demases propias del rubro, me señalaba el final de mi viaje… bueno, tampoco había más: finalmente llegué a un escueto pasillo con dos puertecitas con manijas de bronce y sendos cerrojos. Era el baño, me dije… y casi instintivamente busqué marcas húmedas en el piso aledaño de una de ellas para asumir que correspondía al de varones. Ciertamente la alternativa ‘b’ era de damas, y su puerta lucía eternamente hermética, casi impenetrable… o al menos esa idea me dio a mí. Me apresuré a hacer lo mío, puesto que deseaba ya una tercera bebida. Al salir, la divisé. Creo que de reojo… pero nunca pensé siquiera en que había llamado su atención, de hecho, desapareció tras esos inquietos segundos.

Aunque intenté refrescarme en los interiores cerámicos del toilet, supongo que los grados alcohólicos anteriores hicieron lo suyo. Camino a mi asiento me sentí extrañamente parte de toda esa chusma, algo raro se sentía en el aire… una especie de ‘gozo común’, qué sé yo… o era eso, o bien era la nube humosa que todos los cigarrillos de los presentes habían creado antes de fenecer en los simpáticos ceniceros artesanales de conchas de mariscos. Y una vez más, mi procesión fue acompañada por las miradas de mis camaradas. ¡Qué extrañas se veían!… no sé bien si por el pálido y sucio color verde agua –al agua- de las paredes apenas iluminadas por los faroles de mi circumbirúmbico sitio… o porque mayoritariamente eran de hombres… y ¿qué digo?, ¡si sólo habíamos hombres allí!... pero… ante “esos” hombres, no podía sino sentirme niño. Sus arrugas me hablaban de sujetos con infinitas historias de vida, de una vida dura, gastada por el tiempo y el trabajo… ¿y sus esposas?, ¿sabrán ellas que aquellos yacían en esos precisos instantes impávidos ante sus recuerdos reflejados y re-cordados en vasos de cerveza y vino?, y lo que es más intrigante, ¡a expensas de otra mujer!... ¡qué ironía!, ¿acaso yo no hacía lo mismo en aquél preciso momento?, bueno, no estoy casado, pero es una interesante reflexión. Mi tercer y cuarto vaso de licor los solicité ya más grandes, y aunque pensé en qué solamente su altura aumentaría, tamaña fue mi sorpresa cuando observé sus nuevos diámetros… y ¡qué grosor tenían!.
Ya a mi segunda visita al sanitario pude notar como las letritas de la palabra ‘free’ del cartel parecíanme más claras, y cómo aquellos clientes no eran lo que se dice ‘nuevos’ en un boliche. Más que eso –a mi juicio- eran ‘habituales’. Sus peticiones musicales y su familiaridad entre sí los delataban. ¡Juro por Dios que en verdad deseaba ese octavo vaso!, pese a que mi muy embriagado superyó me pesaba en lo contrario… y también con el noveno, aunque ya a esa altura me arrimé a una mesa cercana a hacer camaradería y a cantar desafinadamente con mis contertulios coristas. Y la volví a divisar, esta vez más escurridiza y coqueta. Y así como apareció, se esfumó. Y yo no podía creer que me aprestaba a una mano de dominó con otros tres perfectos ancianos desconocidos.

No hacía buena pareja. Ignoro si por el alcohol en mi organismo o porque nunca me decidí por perfeccionarme en ese ‘deporte’. Como fuere, pronto fui reemplazado, y volví en mis pensamientos, aunque no apartado del animado grupo. La dama de manos gordas y moño a lo tomate hacía ademanes de que la fiesta había llegado a su fin. Y los presentes –algunos llorando en los hombros de otros- comenzaban a retirarse. Supongo que ahí fue donde comenzó todo, ¿o fue antes?... ¿quién podría asegurarlo?

Me aprestaba a tomar un taxi fuera del local, cuando nuevamente la vi. ¡Dios!... ¡qué hermosa se veía!… toda de negro casi charol… sus ojos me miraron, ¡lo juro!... y querían algo más… deseaban decirme algo. Su postura grácil para nada se comparaban a mis torpes pasos, era muy digna, muy doña… como sabiendo que aquel sitio en cierta forma era también suyo, estaba allí como despidiendo a los borrachitos que poco a poco salíamos de él. ¡Cuánta elegancia! Pronto hubo de retirar su mirada de la mía, tal vez por parecerle indigno. Y cómo no estarlo a esa hora, con varias copas de más. Pero pese a eso sabía que algo había entre nosotros… la noté que estaba pendiente de lo que yo hacía, de mis torpes movimientos a esa hora de la madrugada, en esas estúpidas calles -hay veces que verdaderamente detesto las ciudades puerto-. Pero ella seguía allí, como si algún misterioso hechizo la mantuviera en su posición… o tal vez era su función, y yo lo ignoraba. Creo que también estaba algo mareada, me supongo por el licor volatilizado mezclado con el espeso humo que debió de respirar. Y mi taxi llegaba, y yo lo abordé con una sola esperanza: su mirada. Y lo hizo.

Sus profundos ojos encontraron los míos, mientras yo demoraba demasiado el cerrar de esa puerta, y mientras más la anhelaba conmigo. Y el cielo se iluminó… y creí por fin creer en milagros. Toda su estilizada silueta se aproximaba hacia mí. Se acercó hasta mí y me miró, escrutándome. ¡Y hubo de encontrarme digno!
La tomé por la cintura y la lleve hasta mis brazos. Somos felices. Por eso vive conmigo.

- Señor Rivera. Tengo entendido por sus abogados que usted insistió en dar su testimonio, y supongo que en mi calidad de jueza debo pacientemente valorarlo. Accedí a este caso porque las pruebas eran contundentes y a fin de anexarlo a mi prontuario en leyes, debo confesarle. Sin embargo, la declaración de la Dra. Nuñez –psiquiatra sugerida por su misma universidad dada su experiencia en este tipo de casos- en relación a su patología evidente, más el testimonio de algunos de los presentes esa noche al respecto del prácticamente ‘secuestro’ del cual fuera hipotéticamente usted gestor… tienen todo el peso en contra suyo, y su abogado defensor esta de acuerdo en ello.

Yo me pregunto… con todo este acopio de evidencia, ¿por qué usted no confiesa su hurto, y nos hubiéramos ahorrado todo esta burocracia?

- Porque… porque ella me miró, su señoría… ¡ella me encontró digno!... ¡Que callen las bocas mal intencionadas de aquellos que desean confundir las cosas!
Yo no la obligué a nada, ella quería estar conmigo.

- Señor Rivera, me temo que debo hacer mi decisión. Puede bajar del estrado.

Al respecto del cuerpo del delito, se dictamina que la gata de raza e inscrita, conocida bajo el nombre de ‘Frou-Frou’, sea devuelta a su ama, la señora Gutiérrez, dueña de la fuente de soda “Viejos Amigos”, de forma inmediata.

Y en cuanto a usted… por expresa petición del decano de su facultad, basada en su brillante historial académico, a esta fiscalía… y a la benevolente comprensión y consentimiento de la parte demandante… lo sentencio a terapia psiquiátrica bajo estricta evaluación periódica en la clínica Los Andes, de nuestra ciudad, adjunta en servicios a nuestra fiscalía.

He dicho, se levanta la sesión.